Leí Bajo el volcán
(1947) de Malcom Lowry, escritor
alcohólico y aventurero, en una noche de
insomnio y atención potentísima debido a las anfetaminas que había tomado para
mantener en el límite mi nivel de concentración. Fue una noche de julio de 1985
en que me sumergí en el Día de los muertos de 1938 en que el ex-consul
británico en Mexico, Firmin, vive doce horas de delirio alcohólico a base
de mezcal en que se presentan todos sus fantasmas en forma de sentimientos de
culpabilidad. Sucede en la ciudad mexicana de Cuernavaca.
En esta compleja novela cinematográfica que sufrió varias
reelaboraciones y estuvo a punto de desaparecer en un incendio, se revive el
proceso de autodestrucción del protagonista ante la presencia de su ex-mujer y
su hermanastro que nos acompañan en esta espiral de fuego y culpa que
conmociona al protagonista, perseguido por todas sus sombras.
Han pasado 28 años desde que leí esta novela en una noche
igualmente delirante, pero no he olvidado las poderosas sensaciones que me hizo
vivir. Hay libros que no olvidas nunca y hay libros que olvidas a las pocas horas
de haberlos terminado.
Creo que pocas veces un proceso de autodestrucción, de
descenso a los infiernos literario y existencial, concentrado en un día, en
doce horas, ha sido tan relevante como experimento narrativo y como experiencia
lectora. Todavía hay días en que sueño con ese Día de los Muertos de 1938 en
que el protagonista muere destrozado por unos matones fascistas, en estado de delirium tremens. Sus imágenes me asaltaron en una
profunda crisis de valores que viví en oleadas de angustia poderosa. La
angustia latente de este texto tremendo se identificó con la mía y tuve ocasión
de enfrentarme a una novela demoledora, apocalíptica, en un Mexico delirante, tal como la mente de
su personaje central.
Novela no apta para todos aquellos que piensan que la
lectura ha de ser una actividad placentera y tranquila. Vamos, para los que
quieren pasarlo bien con una novela.
Ese monumento literario lo destruyó John Huston con una trannscripción fílmica pobrísima,quizá la peor película de las suyas y la peor de un actor como Peter Finch, que está sobresaliente en Big Fish y tantas otras. Que no se pudiera "reducir" a película dice mucho de la potencia novelística de una novela "bendita", esto es, bien dicha, y, por lo tanto, capaz de expresar el destino "malhechor", de "hechos malos" de su protagonista. Aunque yo soy un lector y escritor abstemios, me es fácil identificarme con los adictos a cualquier droga. En mi caso tengo la fortísima adicción verbal, que puede llevar a la destrucción como cualquier otra. Con cunta mayor serenidad y claridad mental leo Bajo el volcán, más me estremece el aciago destino buscado de Firmin. Nadie sale indemne de esa explosión moral, sin duda.
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